Tomado de Tortuga Grupo Antimilitarista
Retomando la idea de una transformación cualitativa de las estructuras de la sociedad, el interrogante primero es si pueden hoy las masas, la gente común, dotarse del grado de conciencia, generosidad, civismo y audacia suficientes para ocasionar un estallido político de signo verdaderamente revolucionario en las condiciones actuales, de manera espontánea o semi-espontánea.
Lo característico de la formación social occidental salida de la II guerra mundial es la decisiva atención que la dictadura estatal capitalista destina a la manipulación ilimitada de la conciencia de las multitudes, hasta el punto de que el calificativo más exacto de aquella es el de sociedad del adoctrinamiento.
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En tal situación de dominio absoluto del aleccionamiento y hegemonía total del trabajo asalariado es ilusorio esperar una toma de conciencia espontánea de las masas, sea cual sea la gravedad y el dramatismo que alcancen las condiciones objetivas, pues incluso en las más difíciles el sujeto que desde el día de su nacimiento ha sido habituado a no reflexionar, a no sentir autónomamente, a no desear nada que el poder constituido no desee que desee, será incapaz de reaccionar, de pensar y actuar por sí mismo. Tampoco tiene fundamento confiar en que las masas hagan suyas la ideología, estrategia y programa de esta o aquella fuerza política o social, partido, sindicato u otro, si son realmente antisistema, revolucionarias.
Tal estado de cosas es una tragedia, sin duda, pero no es algo que impida la transformación de la sociedad, si se considera el asunto con serenidad e ingenio. Antes se expuso que cualquier revolución positiva ha de resultar, inexcusablemente, del desenvolvimiento cualitativo del componente espiritual, o específicamente humano, en el seno de las minorías que escojan de manera longánima la disensión y el enfrentamiento con el sistema vigente. Pues bien, esto es, a la luz de lo expuesto posteriormente, mucho más cierto, ya que hemos de rendirnos a la evidencia: las masas asalariadas han sido nulificadas no solo como pretendido sujeto revolucionario sino incluso en su mera condición de gran entidad colectiva humana por los múltiples y eficacísimos aparatos para el control mental y vivencial de las multitudes puestos a punto sobre todo desde el fin de la II guerra mundial, así como por el sistema de trabajo asalariado, el régimen de fabricaoficina con uso de grandes medios maquínicos. Las masas hoy no son revolucionarias ni pueden llegar a serlo puesto que han sido despojadas, y se han dejado despojar, de su condición humana, no habiendo en las presentes circunstancias la menor posibilidad de que recuperen su perdida naturaleza originaria, antes al contrario.
Así las cosas, el enfrentamiento estratégico que puede desembocar en una gran mutación política y axiológica suficiente ha de ser entre dos minorías. Por un lado el Estado y sus entes generados, que son una porción reducida, acaso ni el 5% de la población. Por otro, los colectivos, agrupaciones y personas que escojan de manera informada, consciente, libre y responsable la brega, el esfuerzo y el riesgo en pos de una sociedad nueva.
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La testaruda fe en las masas, siempre más emotiva que reflexiva y efectiva, ha sido un factor harto negativo en la acción y maduración de las mejores individualidades, que han despilfarrado su tiempo y energías intentando ganar a quienes nunca, bajo el actual orden, estarán en condiciones de salir de su apatía, neoignorancia, dependencia, apoliticismo, cotidianismo, insociabilidad e impotencia. Las luchas o reivindicaciones de tipo económico y social que aquéllas libran son, en lo objetivo tanto como en lo subjetivo, conservadoras del status quo por su propia naturaleza, incluso cuando adoptan formas espectaculares a través de la acción en la calle, dado que parten del interés particular y que buscan la satisfacción de un ansia, siempre ambigua y a menudo vilificante, de dinero o de bienestar, y también cuando responden a razones legítimas y respetables de justicia social.
En este caso, tales movilizaciones han de ser consideradas con comprensión, siempre que se admita que su contribución a la maduración de las condiciones necesarias para un cambio revolucionario es o bien nula o bien negativa, pues su finalidad es la realización de la justicia dentro del actual orden político-jurídico, que queda así reafirmado. Una revolución no puede resultar de la acumulación de luchas parciales por fines interesados, pues aquélla, por su misma naturaleza, es un acto de supremo desinterés, de total entrega sin esperar nada a cambio. El revolucionario no es el activista de movilizaciones parciales cuyo fin es el contentamiento de apetitos ambiguos o dudosos, sino el creador y portador de una idea excelsa: la constitución de una nueva sociedad y de un nuevo tipo de ser humano que sea la negación y la superación cualitativa del existente. La meta no ha de ser vivir mejor bajo el viejo orden, con menos injusticia y opresión, con más permisividad y desahogo, sino alcanzar la victoria sobre el actual orden para abrir una nueva fase de la historia de la humanidad, en la que la civilización niegue a la actual barbarie.
La lucha de clases, concebida al modo habitual, como pelea en definitiva económica, en la forma de cotidiana rebatiña por los bienes materiales, versión específica de la darwinista “lucha por la existencia”, no es un elemento decisivo del acontecer histórico sino un componente de importancia, pero a fin de cuentas secundario, lo que condena a la marginalidad a quienes en ella confían y de ella pretenden valerse.
Mucho más importante es la pugna que Tácito describe entre la libertas y la dominatio como antagonismo propio de un orden político-jurídico en que los seres humanos aun conservan, a pesar de todo, la condición de tales. Lo que en última instancia mueve al mundo de los hombres y mujeres, lo eleva si existe y lo deja ir a los abismos de la más rotunda de las negaciones si no existe, es la contienda eterna por preservar e incrementar la calidad, dignidad y grandeza de los seres humanos contra las fuerzas del envilecimiento y la postración, como personas y como colectividad, lucha que se ha de librar en el interior y en el exterior del ser humano y que nunca tendrá fin.
Texto tomado del libro de Félix Rodrigo Mora “La Democracia y el Triunfo del Estado: Esbozo de una revolución democrática, axiológica y civilizadora” (Ed. Manuscritos).
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Tremendo texto ahi hay conocimiento diferente con la locura que hablan los supuestos sabios de la izquierda dominicana.
ResponderEliminarRene