LA SOBERBIA, ESA MALA COMPAÑERA
Por César PérezAl leer la información de que López Obrador, en México, dejaba su partido por diferencias con sus compañeros de viaje, al tiempo de proponerse seguir su lucha con otra formación, me dije lo que muchas veces he dicho: existe una izquierda que, presa de la soberbia, cree que la única forma de “fortalecerse” es dividiéndose, autodestruyéndose o descalificando y destruyendo al disidente o la disidencia
Con su acto de pura soberbia, López Obrador un echa por la borda el capital político que él representa, sin detenerse a pensar que ese activo es una construcción colectiva, por lo tanto no es de su exclusiva propiedad y no debe disponer del mismo de manera autoritaria. La soberbia no le permite calibrar que con su acción, toda la subjetividad creada por el gran desempeño de la izquierda de ese país podría diluirse irremediablemente.
La soberbia, compañera inseparable de la intolerancia y de la arrogancia, llevan a la prepotencia (abuso de poder) a algunos líderes que se creen mesiánicos, debido la ignorancia de los límites de sus conocimientos y saberes.
En otros países, dirigentes políticos, jefes de procesos revolucionarios se endiosan, se creen indispensables, castran procesos de cambios y se erigen en árbitros en la tierra del bien y del mal. Muchos dirigentes de izquierda se arrogan el derecho de establecer quién es o no de izquierda, para ellos sólo lo son quienes comparten sus posiciones u opciones, sus caprichos y/o estupideces y no lo son quienes no forman parte de sus sectas o de sus posiciones, para estos no faltan calificativos casi siempre degradantes.
En nuestro país, aún está fresca en la memoria colectiva, el acto de soberbia de Juan Bosch en 1990, que lo llevó a despreciar la propuesta de Peña Gómez de que aceptase un llamado a sus seguidores (más del 20% del electorado) para que votasen por aquel. El resultado, todos los conocemos: un fraude que nos costó 6 años más de balaguerismo y la frustración de mucha gente pertenecientes a la cultura de izquierda, que en ese momento creyó en un triunfo de Bosch y su partido para avanzar en el camino hacia un mejor país.
Esa circunstancia, nos condujo al presente de Leonel Fernández, cuya soberbia le impidió ver la realidad del país y oír a quienes aconsejaban una mejor política del gasto público. El inadecuado uso de esos dos sentidos, que son los más importantes para guiarnos en un entorno, habría influido en que su gestión concluyese en medio de un desastre económico, moral e institucional. La soberbia, compañera inseparable de la intolerancia y de la arrogancia, llevan a la prepotencia (abuso de poder) a algunos líderes que se creen mesiánicos, debido la ignorancia de los límites de sus conocimientos y saberes.
Esa prepotencia, unida a egos incontrolables y a la cultura de secta, conduce a algunos dirigentes de determinados litorales de izquierda a querer imponer sus estilos o puntos de vista en el grupo o colectivos donde militan. Si no lo logran, montan tienda a parte, abandonan la militancia orgánica o se dedican a la intriga contra sus anteriores compañeros, a quienes convierten en sus peores enemigos y/o a rumiar frustraciones y resentimientos que traen consigo desde tiempos remotos.
La soberbia, esa mala compañera, además de los egos inflados de muchos, máxime si se dedican a labores intelectuales, constituyen el lastre que nos impide la construcción y consolidación de proyectos colectivos, el muro que nos divide, deshabilita y deslegitima política y moralmente como referencia alternativa, eso sucede en este y en diversos países.
El caso de López Obrador, en México, nos lleva a esta reflexión. Desafortunadamente.
Tomado de Acento.com
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